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Hemos vivido un año difícil y estresante. Hemos tenido una pandemia en curso que ha provocado miles de muertes, hospitalizaciones y restricciones sociales. Se dieron protestas por la injusticia racial en Estados Unidos y Canadá tras el asesinato de George Floyd. Unas elecciones divisivas estadounidenses culminaron en una insurrección en el Capitolio de los Estados Unidos. Los cristianos, incluyendo a los de la Iglesia Cristiana Reformada, se han visto envueltos en la tensión y las disputas derivadas de todos estos acontecimientos. Los cristianos se encuentras discutiendo entres sí, desde los debates sobre las mascarillas y las reuniones en iglesias hasta las de Black Lives Matter, el presidente Donald Trump y el nacionalismo cristiano. Dentro de la ICR también estamos discutiendo sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y la reestructuración denominacional, entre otras cosas.

Parece ser que el estrés de todo el mundo se ha intensificado. Nos hemos vuelto demasiado sensibles; nuestras mechas son mucho más cortas. Para muchos, la falta de conexiones sociales en persona debido a las restricciones de la pandemia no ha hecho más que empeorar estas cualidades.

Cuando observamos el mundo actual con todos sus problemas, desde las guerras y el racismo hasta el aborto y el cambio climático, nos sentimos tentados a perder la esperanza. Cada paso adelante parece encontrarse con varios pasos hacia atrás.

Pero, gracias a Dios, tenemos la Pascua. La resurrección de Cristo me da esperanza. Creo firmemente que Jesús realmente resucitó de la tumba (véase mi artículo "¿Fue la resurrección de Jesús un mito?", p. 40). Y porque es verdad, tengo una esperanza firme no sólo por una vida eterna para mí y mis seres queridos, sino también por la renovación del mundo.

El apóstol Pablo escribió que "Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos [...]. Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir" (1 Cor. 15:20, 22). Esta resurrección también significa que cuando Cristo vuelva al final del tiempo humano, vencerá todas las barreras contra el reino de Dios, incluyendo las barreras sistémicas. Pablo continúa: "Entonces vendrá el fin, cuando él entregue el reino a Dios el Padre, luego de destruir todo dominio, autoridad y poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies." (1 Cor. 15:24-25).

Según el reconocido erudito bíblico Kenneth Bailey, las palabras griegas originales traducidas en la Nueva Versión Internacional como "dominio, autoridad y poder" no son palabras poco comunes, sino "palabras estándar utilizadas para los gobiernos y los gobernantes terrenales" (Paul Through Mediterranean Eyes, p. 445). Estas fueron las mismas palabras que Pablo utilizó para hablar de las autoridades gobernantes en Romanos 13. "El apóstol", concluye Bailey, "anuncia que uno de los objetivos de Cristo resucitado era la eliminación de la Roma eterna (el imperio)" (p. 445).

La resurrección de Cristo es la "primicia de los que murieron" (1 Cor. 15:20). También es la primicia de la renovación del mundo, la entrada del reino de Dios y la derrota de todo lo que hace guerra contra Dios. La hostilidad será derrotada. La mentira será derrotada. El racismo será derrotado. Los virus, las enfermedades y el sufrimiento serán derrotados. Incluso la muerte, el último enemigo, será derrotada (1 Cor. 15:26).

A veces podría parecer que Dios no va a triunfar, pero las apariencias engañan. La Pascua nos recuerda que Dios ha triunfado y volverá a triunfar. ¡Gloria a Dios!

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