Desde mi angustiosa y vertiginosa experiencia de parto hace cuatro años y medio, que incluyó una cesárea de emergencia en la que me durmieron en la mesa de operaciones, mientras mi esposo estaba en otra sala y un médico que no conocía sacaba a mi primer hijo de mi vientre, he sentido una extraña conexión con María.
En las horas y días siguientes, mientras me recuperaba, contemplaba a mi bebé sano y hermoso, y trataba de dar sentido a lo que había sucedido, una frase me venía una y otra vez a la mente: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón y meditaba acerca de ellas.» (Lucas 2:19). Descubrí que, al igual que María, solo podía sentarme a meditar y atesorarlo todo.
María tuvo su propia historia de nacimiento inesperada y vertiginosa. Probablemente ya estaba en trabajo de parto mientras iban de casa en casa en Belén, quizás cada vez más desesperada mientras intentaban encontrar un lugar limpio y cálido para descansar. Llegar a un lugar desconocido rodeado de animales debió de parecerle poco ideal, aunque estuviera agradecida; aún así, dio a luz a un niño sano y hermoso, su primogénito: el Mesías prometido.
¿Cómo puede uno intentar darle sentido a todo esto? Cuando el corazón está a punto de estallar y el cuerpo está agotado, cuando el primer gran obstáculo de la maternidad ya ha quedado atrás, pero no se sabe lo que depara el futuro, cuando lo único que se puede hacer es dar gracias a Dios por su providencia y confiar en Él para lo que venga después, y cuando uno mira a su alrededor con asombro por el lugar a donde ha llegado, no hay palabras para describirlo. Me imagino a Lucas preguntándole a María años más tarde: «¿Qué pensabas después de dar a luz al Hijo de Dios?». Me la imagino sonriendo y negando con la cabeza. ¿Cómo se puede explicar? ¿La plenitud de su corazón mientras su mente intenta darle sentido a todo? «Simplemente lo atesoraba todo y lo meditaba en mi corazón». ¿Qué más podía decir?
María realizó una tarea que era a la vez titánica y completamente ordinaria: dio a luz. Dar a luz es sin duda la encarnación de las palabras «sacrificio vivo». Poco después, apareció un grupo de pastores sucios que querían ver al bebé y compartir una maravillosa historia sobre la confirmación de Dios de que ella no estaba completamente loca (al menos así es como yo lo habría interpretado). Qué regalo, que le recordaran que Dios estaba con ella en el peligroso mundo en el que vivía.
La paz que se refleja en la historia de María es un consuelo. El hecho de que se tomara el tiempo para asimilarlo todo, empaparse de ello y meditar sobre ello es señal de una persona con buena salud mental.
Creo que María tiene una lección que enseñarnos en Navidad y más allá. Que podamos aquietarnos mientras nuestro ruidoso mundo intenta robarnos la esperanza y las circunstancias de nuestra vida se sienten abrumadoras; que meditemos en la bondad de Dios y reflexionemos sobre nuestro lugar en su mundo. Que escuchemos su voz y estemos atentos a sus recordatorios de que Él está con nosotros.
Cuando repaso mi propia experiencia, recuerdo el torbellino, la sensación de pérdida y plenitud, y recuerdo la tranquila maravilla posterior: la meditación y el atesoramiento. El mundo actual no solo es frenético y está en constante movimiento, sino que también es aterrador, tal como sin duda lo era el de María. Sin embargo, su historia es un suave recordatorio de que debemos tomarnos el tiempo para detenernos, atesorar la belleza de la vida y reflexionar con tranquilidad sobre todo ello, confiando en las promesas de Dios incluso cuando el mundo está lleno de peligros y dolor.
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Sarah Heth Sundt is the associate editor of The Banner. She is a member of Calvary on 8th in Holland, Mich.