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Mientras contemplamos al niño Jesús quien dejó a un lado su gloria por el bien de nosotros, dejemos a un lado nuestro orgullo, nuestra necesidad de siempre tener la razón, por el bien del reino de Cristo.

Gracias, apreciados lectores, por su inmensa generosidad. Ustedes son increíbles. Al momento de escribir esto (a finales de octubre), hemos recibido más de $430,000 de más de 6,000 donantes, superando ya el total del año pasado. Este es el segundo año consecutivo en que se ha roto el record para la campaña de recaudación de fondos de The Banner. Estamos inmensamente agradecidos por su apoyo. Le doy gracias a Dios por su rotundo apoyo a la misión de The Banner de proporcionar información, ideas y conocimientos frescos para equipar a nuestros lectores a ser embajadores bíblicamente arraigados de la reconciliación de Cristo en el mundo de hoy. Su generoso apoyo también significa que nos permite usar menos fondos de la cuenta de ministerios, liberando así esos fondos para otros ministerios. 

Al aceptar este trabajo, yo sabía que no podría complacer a todos. Sin embargo, tomo muy en serio lo que los lectores dicen. Por ejemplo, en respuesta a algunas quejas, hemos aumentado ligeramente el tamaño de la fuente de nuestros anuncios clasificados. Y recientemente añadimos un crucigrama (“Juego de Palabras”) después que algunos lectores se quejaran que The Banner se ha vuelto “menos divertido” desde que quitamos la página de humor. Estos representan experimentos para abordar esos problemas.

Pero complacer a todos no es el rol del editor de The Banner. Todos tienen una idea de lo que ese rol implica. Algunos ven al editor como un pastor para toda la denominación. Otros lo ven como una voz profética para “agitar las cosas”. Yo escucho quejas que por un lado dicen que The Banner es “muy político” y “muy liberal”, y por otro lado, que “no es suficientemente político” y que es “muy conservador”. “¿Por qué no está denunciando a Trump y a aquellos que votaron por él?” decía un correo electrónico. Y otro, “¿por qué no está condenando fuertemente el aborto y el matrimonio igualitario?”

Admito que a veces he dudado si podría cumplir este llamado. A menudo lucho con mi propio ego y orgullo, especialmente cuando llegan las quejas por montones. Por eso es que estoy muy agradecido por su apoyo arrollador a nuestra campaña de recaudación de fondos.

Como director, creo que mi rol es tanto pastoral como profético. El truco es saber cuándo ser pastoral o profético, y cómo serlo. Sin embargo, tanto los pastores como los profetas deben ofrecer no lo que la gente quiere sino lo que necesita. Y eso puede no ser siempre la opción más popular. Por eso me preocupa la creciente polarización en la Iglesia Cristiana Reformada. Sospecho que algunos pastores se enfrentan a ese mismo esfuerzo de equilibrio entre las facciones divididas en sus congregaciones. ¿Cómo traemos la “paz en la tierra”, la Palabra de Dios para Navidad, a un ambiente tan polarizado?

Creo que comienza al implorar que todos nosotros tengamos la “mente de Cristo”, quien renunció a su privilegio y su estado de igualdad con Dios y se humilló a sí mismo para ser un bebé indefenso, para sufrir y servir no a sus propios intereses sino a los intereses de pecadores y rebeldes contra Dios (Fil. 2:5-8). El apóstol Pablo llamó a una iglesia dividida filipense—y a nosotros, por extensión—a esta misma humildad de Cristo, diciendo “no hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos [y] cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás” (Fil. 2:3-4).

¿Podrían los cristianos progresistas considerar a los cristianos conservadores como mejores que sí mismos? ¿Podrían los cristianos conservadores velar por los intereses de los cristianos progresistas? ¿Podríamos practicar la humildad como la de Cristo entre nosotros?

Esta navidad, mientras contemplamos al niño Jesús quien dejó a un lado su gloria por el bien de nosotros, dejemos a un lado nuestro orgullo, nuestra necesidad de siempre tener la razón, por el bien del reino de Cristo.

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