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Escribo a pocos días de la repentina renuncia de Steven Timmermans como director ejecutivo de la Iglesia Cristiana Reformada de Norte América. Timmermans aceleró su retiro pendiente al 20 de febrero de 2020. Le agradezco su liderazgo fiel y capaz. Incluso cuando ocasionalmente desacordábamos, siempre nos hemos respetado mutuamente. Admiré su singular dedicación para lograr que todos se encausaran en la misma dirección hacia nuestras metas ministeriales. El dolor que muchos miembros del personal sintieron ante su partida es un testimonio de su liderazgo y carácter. Compartimos un vínculo común como padres de niños con síndrome de Down e intercambiamos notas sobre nuestros hijos. Pido a Dios que lo bendiga a él, a su esposa y a sus hijos en la próxima fase de su vida.

Sin embargo, la renuncia tan repentina de este último debido a la reestructuración administrativa (pág. X) y a un cambio en la descripción del puesto de director ejecutivo ha alarmado a muchos y ha dado lugar a especulaciones. Pero como le dijo a The Banner, Timmermans eligió renunciar ahora para "no obstaculizar el camino al cambio necesario". Habiendo servido por más de tres años con Timmermans, no me sorprende que haya elegido actuar con el afán de hacer lo mejor para la ICRNA.

No veo esta reestructuración como una toma de poder por parte de la Corporación Canadiense. Tampoco se hace con la intención de dividir a la denominación a lo largo de líneas fronterizas. Creo que la legislación canadiense hizo necesaria esta reestructuración, no opcional. Se hizo para proteger a los miembros canadienses de la ICR, que tal vez ni siquiera se den cuenta de haber estado potencialmente en riesgo.

La reestructuración pendiente no se impuso secretamente a la gente. Se enviaron cartas al respecto a las congregaciones de EE.UU. y Canadá a principios de febrero. El comité ejecutivo del Consejo de Delegados, compuesto por delegados de ambos países, acordó que era necesario. Sé que Steven Timmermans estaba al tanto. Los miembros del personal de ambos lados de la frontera habían sido informados.

Desde mi punto de vista, veo que se ha hecho la diligencia debida y que hubieron intentos de buena fe para comunicarse. No obstante, hubo tensión y dolor, especialmente entre el personal de EE.UU. El cambio rara vez es fácil o indoloro. Sin embargo, estoy seguro de que nunca hubo malas intenciones por parte de nadie.

En medio de estos cambios, estoy agradecido de que Colin Watson Sr. intervenga como director ejecutivo interino hasta el sínodo en junio. Watson es la primera persona de color en este papel ejecutivo para la denominación.

Confío en la providencia de Dios a través de estos cambios. La gente en los bancos de la iglesia probablemente no sentirá ningún efecto. El personal de la denominación será el más afectado por el cambio. Así es como debería funcionar un buen liderazgo.

Tengo la esperanza de que estos cambios estructurales nos ayuden, como una sola denominación, a unirnos mejor a la misión de Dios en sus contextos específicos de Canadá y Estados Unidos. Esta es la iglesia de Dios, y la misión de Dios prevalecerá. El cambio no es fácil. Pero trae oportunidades.

Debemos recordar que la misión de Dios es la prioridad de la iglesia. Nuestra estructura administrativa debe adaptarse a la misión holística que Dios nos ha encomendado. Si este cambio estructural fomenta una mayor flexibilidad misional para adaptarse a los diferentes contextos culturales de los dos países, entonces la misión de Dios es mucho mejor para ella.

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