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Colectivamente, somos culpables del orgullo espiritual: orgullo en nuestra rica herencia teológica y en contar con las doctrinas "correctas", orgullo en nuestras fortalezas organizacionales y en nuestra habilidad de realizar logros.

Hace siete años, Henry Wildeboer escribió un artículo en The Banner sugiriendo que la Iglesia Cristiana Reformada necesita un avivamiento espiritual ("These Bones Can Live /Estos Huesos Pueden Vivir", octubre de 2014). Estoy de acuerdo. Nuestras iglesias necesitan un avivamiento espiritual más que cualquier otra cosa en este momento. Pero lo que nos detiene es nuestro orgullo pecaminoso. Colectivamente, somos culpables del orgullo espiritual: orgullo en nuestra rica herencia teológica y en contar con las doctrinas "correctas", orgullo en nuestras fortalezas organizacionales y en nuestra habilidad de realizar logros. Sin duda, todas estas cosas son buenas, pero hemos puesto demasiada confianza en ellas. Por supuesto, nunca decimos que nuestra confianza radica en ellas, pero nuestros comportamientos habituales delatan nuestras creencias internas.

Digo esto como alguien que también lucha con el pecado del orgullo, especialmente el orgullo intelectual. Reconozco el orgullo cuando lo veo. He insinuado nuestra necesidad de avivamiento en editoriales anteriores (ver "Orando por Nuestras Vidas", julio/agosto 2018). He escrito que necesitamos "Una Nueva Reforma" (octubre 2017). Esta vez, quiero ser claro: la ICRNA necesita un avivamiento espiritual o morirá, independientemente de lo que hagamos.

Hay muchas razones, dentro y fuera de la iglesia, que explican la disminución del número de miembros de la iglesia en Norteamérica. No existe una solución mágica para detenerlo. Hemos confiado en los comités de estudio, en la reestructuración organizativa y en el perfeccionamiento de nuestro ordenamiento eclesiástico como formas de resolver nuestros problemas. Pero si estas fortalezas colectivas de las que nos enorgullecemos pueden resolver nuestro declive, ¿no lo habrían resuelto ya?

Es hora de que nos humillemos, colectiva e individualmente, rogando a Dios que nos llene del Espíritu Santo y confesando y arrepintiéndonos de nuestro orgullo espiritual. Debemos sumergirnos en las Escrituras con corazones y ojos humildes, sin agendas. Puede que el avivamiento no sea la solución mágica, pero sin éste, nada más funcionará. 

Jonathan Edwards, el predicador estadounidense de avivamiento del siglo 18, advirtió contra el orgullo espiritual y enumeró una serie de sus síntomas. En primer lugar, los orgullosos espirituales a menudo pasan por alto sus propias faltas, y no reconocen su orgullo. En cambio, su orgullo les hace centrarse en las faltas de los demás. Un espíritu criticón que busca las faltas es un síntoma seguro de orgullo espiritual. Los cristianos humildes se preocupan más por sus propios pecados y faltas.

En segundo lugar, los orgullosos espirituales suelen ser severos en sus críticas a los demás, incluso hacia otros cristianos. Edwards se lamentaba de cómo a menudo éstos cubrían su dureza orgullosa con un velo de santidad y gran celo por Cristo, queriendo poner las cosas en evidencia. En cambio, decía Edwards, los cristianos humildes deberían "tratarse unos a otros con la misma humildad y gentileza con la que Cristo, quien está infinitamente por encima de ellos, los trata a ellos" (Obras, Vol. 1, ix.v.i).

Edwards enumeró más síntomas, pero ya podemos identificarnos en la lista anterior. Casi todos los grupos o tribus involucrados en las disputas de la ICR han demostrado estos síntomas de una actitud criticona y exigente, la dureza y el pasar por alto los propios defectos o debilidades. Basta con ver cómo discutimos en internet por cualquier cosa.

Somos colectivamente culpables del orgullo espiritual. Estoy seguro de que podemos racionalizarlo para descartarlo. Pero si elegimos quedarnos estancados en nuestro hábitos orgullosos, podemos estar seguros de que Dios se opondrá a nosotros: "Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes" (Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5; Prov. 3:34). En cambio, si nos arrepentimos y nos humillamos, Dios habitará con nosotros: "'Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados.'" (Isa. 57:15).

Me comprometo a orar diariamente por el avivamiento de Dios y para que nos limpie del orgullo espiritual. ¿Quién me acompañará?

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