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La Iglesia no es un edificio. Es la agrupación de personas unidas por el vínculo inquebrantable del Espíritu Santo.

¿Podemos estar unidos por el poder del Espíritu Santo como un solo cuerpo aun cuando nuestros cuerpos físicos se ven obligados a estar separados?

No sólo es nuestro mundo el que ha cambiado en los últimos dos años, sino que para muchos de nosotros, nuestro concepto de la Iglesia se ha visto sacudido.

En Mateo 16:16-18, Jesús y Simón Pedro entablan una conversación sobre quién dice el mundo que es Jesús. Pedro dice que algunos afirman que Jesús es Juan el Bautista, otros dicen que es Elías, y otros dicen que es Jeremías u otro profeta. Pero en respuesta a la pregunta directa de Jesús, Simón Pedro responde: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Jesús continúa diciendo que esta verdad fundamental—que Jesús es el Señor de todo—será el fundamento sobre el que Jesús construirá su iglesia.

Esto lo sabemos intelectual y bíblicamente. Aunque construimos edificios, santuarios, centros ministeriales y construcciones similares, ninguno de estos edificios es la iglesia. Muchos de nosotros hemos comprendido desde una temprana edad que la Iglesia no es un edificio. Es la agrupación de personas unidas por el vínculo inquebrantable del Espíritu Santo. La Iglesia es el cuerpo vivo y lleno de aliento de Cristo que está unido gracias a la nueva vida otorgada a los que se entregan a él.

A pesar de ello, cuando el COVID-19 nos obligó a cerrar las puertas de nuestros edificios eclesiásticos a partir de marzo 2020, cuando tuvimos que dejar nuestros cómodos edificios e inclinarnos hacia un mundo solitario conectado sólo a través de la tecnología, muchos nos encontramos preguntando: "¿Seguimos siendo la Iglesia?"

¿Podemos estar unidos por el poder del Espíritu Santo como un solo cuerpo aun cuando nuestros cuerpos físicos se ven obligados a estar separados? ¿De qué forma podemos adorar juntos, orar juntos y comprometernos juntos con la Palabra de Dios cuando a menudo no estamos ni en cercanía ni físicamente juntos?

Alabo a Dios por lo que ha hecho en la Iglesia durante este tiempo difícil. Aunque hay muchas razones para lamentarse, también hay muchas razones para alabar a Dios. Aunque las puertas de muchos edificios de la Iglesia estuvieron cerradas durante mucho tiempo, celebramos que para la mayoría de la gente, el acceso a la Iglesia está más abierto que nunca.

Las congregaciones que históricamente se han considerado a sí mismas como iglesias de vecindario han reconocido el hecho de que hay un hambre por la Palabra de Dios que se extiende más allá de sus comunidades, y que personas de todas partes ahora tienen la oportunidad de visitar y escuchar la Palabra de Dios a través de sus servicios en línea. Los líderes de las iglesias ahora se encuentran tratando de atender a dos grupos de feligreses: los que acuden en persona y los que escuchan y participan en línea.

Este y muchos otros cambios se han convertido en nuestra nueva realidad, y creo que Dios podrá utilizarla para el bien y para una mayor difusión del Evangelio. Nuestra expresión de lo que es la Iglesia ha cambiado, y puede que nunca sea la misma, pero por la gracia de Dios, la nueva configuración puede ser utilizada aún más poderosamente por Dios para la gloria de Dios.

Basta con leer algunas de las historias de esta sección de The Banner para ver cómo se demuestra esta verdad. Ya sean micro-iglesias en Michigan o el uso de aplicaciones para Smartphone en China, la Iglesia se está adaptando y como resultado se está compartiendo el evangelio.

Aunque todos estamos pasando por tiempos difíciles, abracemos la nueva realidad que Dios nos está permitiendo vivir. Que vivamos día a día con la expectativa de que, con cada nuevo día, con cada nuevo aliento, Dios está revelando su voluntad a través de una nueva oportunidad para conectar con otro miembro de la Iglesia de Dios.

¡A Dios sea la gloria!

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