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El hecho de que la segunda persona de la Trinidad se hiciera carne en el niño Jesús no sólo fue milagroso—un signo del poder de Dios—sino también sorprendente—un signo de la humildad de Dios.

Desde que escribí mi editorial de octubre ("Señales de esperanza"), he recibido varios correos electrónicos, cartas e incluso una tarjeta hecha a mano de lectores en donde me animan y expresan su aprecio por mi trabajo. Les estoy muy agradecido a todos ustedes. Me han levantado el ánimo. A través de ustedes, Dios me ha recordado que hay muchos seguidores de Cristo llenos de gracia entre nosotros.

Al acercarse la Navidad, volvemos a recordar el asombroso amor de Dios por nosotros. El hecho de que la segunda persona de la Trinidad se hiciera carne en el niño Jesús no sólo fue milagroso—un signo del poder de Dios—sino también sorprendente—un signo de la humildad de Dios. Sería comparable a que nosotros nos convirtiéramos en hormigas. Dios hizo eso, voluntariamente, para rescatarnos, impulsado por su amor bondadoso.

En Filipenses 2:6-7, el apóstol Pablo describe la encarnación de Cristo de esta manera: "quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos." En lugar de la tendencia orgullosa de nuestra cultura por atribuirse derechos, Jesús renunció voluntariamente a sus privilegios divinos.

La palabra griega original traducida aquí como "siervo" es en realidad la palabra "esclavo". Jesús voluntariamente, intencionalmente, pasó de la divinidad a la esclavitud. Se humilló al dejar de ser el Señor divino y pasar a ser un esclavo mortal. Y, como esclavo obediente, fue obediente hasta la muerte, incluso a una muerte humillante e insoportable sobre una cruz la cual estaba reservada para los peores criminales (v. 8).

El apóstol Pablo escribió que nuestra actitud debería ser la misma que la de Cristo Jesús (v. 5), quien se humilló a sí mismo. Pablo escribió esto a la iglesia de Filipos, la cual enfrentaba cierta discordia y desunión (Fil. 4:2). Jesús fue el modelo definitivo de la exhortación que dio Pablo: "No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos." (Fil. 2:3). Si Jesús, que tenía todo el derecho, siendo Dios, a poseer privilegios y honores sobre los demás, decidió renunciar a ellos por el bien de los demás, ¿cuánto más deberíamos nosotros renunciar a ellos, como seguidores de Cristo?

Esta es una enseñanza difícil para nosotros. Dentro de nuestra cultura norteamericana, en la que imperan el individualismo, el egocentrismo, el orgullo competitivo y las actitudes pretenciosas que se atribuyen derechos, esta postura de humildad, obediencia, entrega y renuncia a los privilegios no sólo es contracultural, sino que es difícil. Seríamos vistos como débiles y tontos.

Pero el camino que nos llama a seguir nuestro Señor Jesús no es un camino fácil y por supuesto no se alinea con la mentalidad consumista de la espiritualidad actual. Sin embargo, Dios no ignorará nuestra obediencia. Así como Dios exaltó a Cristo en su humillación, Dios puede levantarnos junto con Cristo (Fil. 2:9-11).

Pero esto no es un llamado a hacer más, a trabajar más duro, a esforzarse más como si todo se tratara de nuestra fuerza de voluntad y nuestra obediencia. Eso nos llevaría a la justicia por buenas obras.

Nuestro camino comienza con el "trabajo del corazón". Dios se acercará a un corazón o espíritu humilde y contrito (Salmo 51:17; Isaías 57:15). Agradezcamos a Cristo su gracia inmerecida hacia nosotros. Pongamos nuestro corazón en Cristo, llenando nuestro corazón con más de él y menos de nosotros. Y así, emanando de nuestros corazones llenos de Cristo, fluirá su amor y su gracia hacia los demás. Oro para que esto se cumpla para nosotros en esta Navidad.

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