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Necesito ese recordatorio porque, honestamente, últimamente me he sentido desanimado. La mayoría de ustedes saben que tengo un trabajo difícil. No busqué este trabajo. No era el "trabajo soñado" al que aspiraba desde niño. En mi juventud, nunca se me ocurrió llegar a ser editor de una revista cristiana. Estoy aquí porque me sentí llamado, incluso empujado, por Dios.

En octubre de 2015, estaba en mi decimoquinto año como ministro universitario cristiano reformado en la Universidad de York en Toronto. Era un trabajo difícil; los sistemas y la cultura de York no compenetraban amablemente con el ministerio cristiano. Se requirió paciencia, gracia y muchos años para poder construir confianza, relaciones y conexiones al construir el ministerio. Luego el Espíritu Santo me dio un empujoncito.

Bueno, físicamente, fue mi esposa quien lo hizo. Mientras leía el boletín de la iglesia de mi cuñada en Ottawa, donde estábamos de visita por motivo del Día de Acción de Gracias canadiense, mi esposa me mostró un anuncio de trabajo buscando editor para The Banner. Refiriéndose a los requisitos, me dijo medio en broma: "Incluso tú puedes aplicar, cariño".

Luego, el Espíritu me volvió a dar un empujoncito. Viajamos de vuelta a Toronto al día siguiente y justo entonces recibí un correo electrónico de mi mentor, quien me conocía bien. Me había puesto en copia en un correo electrónico que envió al comité de búsqueda para editor de The Banner, en donde decía que harían bien en tenerme en cuenta para el trabajo. Me sorprendió.

El Espíritu me dio un tercer empujoncito. Justamente la noche siguiente, recibí un correo electrónico de un amigo al que respeto y admiro. Él también me animaba a solicitar el puesto de editor. ¡Tres empujones en tres días! En ese momento, sentí que Dios me llamaba. Así que me apliqué y aquí estoy.

Pero tenía miedo. Aunque el trabajo se ajustaba a mis dones, sabía que sería duro. No desentendía ni me hacía ilusiones sobre las tormentas que se avecinaban en la ICR. Me sentí llamado a una postura de pacificación. Pero tal postura no siempre encaja bien con las responsabilidades de un periodista.

Me siento como alguien atrapado en un barco en donde hay personas en cada extremo que están enojadas las unas con las otras. Intento pedirles el "pórtense bien" a pesar de los desacuerdos, pero de mayor importancia les muestro que el barco tiene una fuga. Ese agujero, esa fuga, creo yo, es el orgullo espiritual. Desgraciadamente, parece que ambos lados se han vuelto más estridentes y también más decididos a desgarrarse mutuamente, culpándose mutuamente de la fuga. Un lado dice que el otro se somete a la cultura; el otro critica al primero por ser sentencioso. Sin embargo, la fuga sigue sin ser sellada.

Me siento desanimado porque parece una causa perdida. Pero, como me recuerdan nuestros escritores del concurso, yo sirvo a un Salvador resucitado, a un Dios vivo de esperanza. Y he visto una señal de esperanza en el Sínodo 2022.

El último día del sínodo, un delegado que apoyó el informe sobre sexualidad humana se disculpó públicamente por las palabras hirientes que dijo. De regreso a su asiento, fue abrazado por dos delegados diferentes. Uno de esos delegados se había opuesto al informe, pero le abrazó como un acto de perdón. La visión de ese abrazo me da esperanza. Necesitamos más de estos momentos de humildad y gracia por parte de todos los lados.

Creo que fue el Espíritu Santo el que actuó en sus corazones. Esforcémonos por discernir y seguir la guía del Espíritu.

 

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