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Al final de su evangelio, Juan comenta: "Jesús hizo también muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de ellas, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo entero." (Juan 21:25).

Se escribe mucho sobre el cristianismo y el crecimiento de las iglesias. He leído muchos de esos libros. Muchos de ellos presentan datos contundentes para crear una sensación de urgencia en torno al tema. Y las cifras son desalentadoras: a partir de los años sesenta, el número de afiliados a las iglesias en Norteamérica ha experimentado un descenso constante que se ha acelerado en la última década.

Esto también es cierto dentro de nuestra denominación. Una vez alguien dejó sobre mi mesa una libreta de la Iglesia Cristiana Reformada que exhibía con orgullo el lema "400,000 para el año 2000". Algunos recordarán de que esta fue la consigna de nuestra denominación para la década de 1990, cuando el número de miembros se estaba estancando. Desgraciadamente, en lugar de alcanzar esta visión, hoy la ICR sólo cuenta con unos 200,000 miembros.

Buenos libros sobre el crecimiento de la iglesia siguen siendo escritos por pastores y plantadores de iglesias inteligentes y exitosos. Mientras tanto, muchos de los que amamos la iglesia nos sentimos cada vez más ansiosos y confundidos.

Me gustaría tener una solución para el enigma del crecimiento de nuestras iglesias (¡vivir de las regalías de un libro parece un buen negocio!). Aun así, sin pretender tener un carisma extraordinario o una percepción espiritual, puedo compartir dos características no negociables de una iglesia sana y en crecimiento. No es una gran ciencia, y provienen directamente de la historia más asombrosa del crecimiento de la iglesia jamás registrada: los Hechos de los Apóstoles.

En primer lugar, al leer Hechos, Lucas nos recuerda de que una iglesia en crecimiento está llena de personas sedientas por una relación profunda con Dios a través del Espíritu Santo. En Hechos, los grandes movimientos de evangelización y el crecimiento explosivo se producen después de momentos de oración e intercesión constantes, cuando el Espíritu Santo da poder a los discípulos.

Esta verdad es tan sencilla y a la vez tan contradictoria. Es sencilla porque reconocemos que las personas llegan a la fe porque se encuentran con Jesús, que les ofrece esperanza en medio del dolor y la desesperación. Sabemos que Jesús, a través de su Espíritu, está presente en una comunidad que le anhela.

Esta verdad es contradictoria porque a menudo asumimos que es nuestra actividad la que lleva a la gente a Dios: nuestros eventos, nuestros programas, nuestras instalaciones. Puede que la gente se sienta atraída por un buen programa, pero querrá quedarse en una comunidad llena del Espíritu donde la gente se encuentra con Jesús y se alimenta de su Palabra.

En segundo lugar, en el libro de los Hechos vemos una iglesia impulsada por el amor ilimitado de Dios por las personas perdidas. Los discípulos se reunían para la comunión, la oración y el culto, pero también estaban constantemente orientados hacia el exterior: predicaban el evangelio, curaban a los enfermos y compartían sus pertenencias con los necesitados.

Esto también es sencillo y contradictorio. Es sencillo porque cualquier movimiento sólo crecerá en la medida en que intente compartir su mensaje con quienes no pertenecen a él. Sin embargo, es contradictorio porque nos sentimos más cómodos entre personas que son como nosotros. Amar a quienes están perdidos y heridos y que son diferentes a nosotros puede resultar impredecible y perturbador. Sin embargo, nuestro Salvador murió por ellos.

El crecimiento de nuestras iglesias es algo por lo que oro y anhelo continuamente. Dios promete hacer crecer su iglesia, y lo hará a su manera y a su tiempo. No existe una receta infalible que dé respuesta a nuestras luchas. Sin embargo, sabemos que las iglesias que crecen buscan apasionadamente la presencia de Dios a través de su Espíritu Santo y buscan apasionadamente compartir a Cristo con las personas perdidas y heridas. Que así sea con nosotros.

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