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Como cristianos tenemos la responsabilidad de conocer a Cristo, seguir a Cristo, y proclamar a Cristo en la casa y en la plaza pública.

Buscamos vivir fielmente en un mundo herido, dividido y quebrado. Parece, más y más, que el ser cristiano nos coloca en una categoría de irrelevantes, raros o incluso personas hostiles. Al igual que yo, puede que usted esté preocupado de que hay una erosión constante de nuestras libertades religiosas. ¿Cómo debemos responder?

El Comité de Estudio de Persecución y Libertad Religiosa que reportó al Sínodo 2016 proporciona una guía útil. En su reporte, el comité observó; “Mientras que el estado de derecho en América del Norte y otros países Occidentales a menudo prohíbe los peores tipos de persecución, verdaderas pruebas de fe pueden ocurrir y ocurren en estos ambientes”.

Podemos señalar muchos ejemplos de estas pruebas en la vida real, incluyendo una decisión reciente de la Corte Suprema de Canadá para mantener las decisiones de dos sociedades de derecho provinciales que niegan la membresía a los graduados de la facultad de derecho de Trinity Western University. Esta decisión fue basada en la creencia que el pacto de comunidad de la universidad, que incluye un compromiso para la intimidad sexual sólo en el contexto del matrimonio heterosexual, no es constitucional.

Otros ejemplos incluyen personas de países de mayoría musulmana que enfrentan más restricciones de viaje que aquellos de otros grupos, o líderes indígenas que buscan la restauración de cementerios sagrados que han sido arrasados para la construcción de carreteras.

El reporte del año 2016 explica que, en situaciones como estas, “hay un límite público genuino sobre la libertad de personas u organizaciones para actuar en su fe. De acuerdo a nuestra definición, cada uno podría ser un tipo de persecución. Pero es suficiente decir aquí que, en todos los casos recientes en América del Norte, la restricción de libertad palidece en contraste con la violencia real y abuso que muchos cristianos y personas de otras religiones experimentan”.

En otras palabras, aunque que no deberíamos afirmar que estamos siendo perseguidos en la misma medida en que algunos lo están en otras partes del mundo, los límites a las libertades religiosas son una creciente realidad incluso en América del Norte. Estamos siendo probados cada vez más a causa de nuestras creencias y deberíamos responder en consecuencia. Esto incluye respuestas individuales a estas pruebas, pero también unirse con personas de otras religiones para enfocar nuestra atención conjunta en políticas gubernamentales que se relacionen con la libertad para practicar la religión que cada uno profesa.

Consideren, por ejemplo, la decisión de Trinity Western University. ¿Una limitación sobre una disposición de la universidad para hacer cumplir un pacto de comunidad algo que personas de otras religiones deben estar preocupadas? ¿Es ese el primer paso hacia una pendiente resbaladiza de negar a las personas su libertad de religión?

Del mismo modo, ¿deberían las palabras o la legislación que parecen atacar injustamente a las personas de fe islámica preocupar a los cristianos y otros grupos religiosos?

Nuevamente, el reporte del año 2016 nos da algunos consejos: “Los cristianos no sólo deben esperar sino salvaguardar activamente la diversidad confesional como parte de la tarea apropiada de gobierno en un mundo marcado por la caída. Los cristianos deberían esperar con sensatez vivir y trabajar junto con personas de religiones distintas y contradictorias, quienes son compañeros—tan cierto como nuestros hermanos y hermanas cristianas—en nuestra tarea de construir sociedades justas.

También señala que “La misión del pueblo de Dios transforma no solamente corazones y mentes humanas, sino también sociedades y culturas. La religión se practica no sólo en privado sino también en el espacio público. Sus libertades son tanto individuales como corporativas, personales e institucionales—y ambos aspectos deben ser salvaguardados”

En otras palabras, como cristianos tenemos la responsabilidad de conocer a Cristo, seguir a Cristo, y proclamar a Cristo en la casa y en la plaza pública. Al hacerlo, enlazamos los brazos con aquellos de otras religiones en pos de comunidades más justas donde nuestra libertad para vivir y expresar nuestra fe es protegida.

Creo que tenemos cubierta la parte de seguir y proclamar de esta responsabilidad. Sospecho que enlazar los brazos para vivir nuestra libertad religiosa es algo en lo que aún todos debemos trabajar. Sin embargo, a medida que nos esforzamos por hacerlo, daremos testimonio de nuestra esperanza en Cristo.

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