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El pasado mes de mayo, Canadá quedó estremecido por el descubrimiento de los restos de 215 niños enterrados en tumbas sin nombre en la zona de un internado para niños indígenas en Kamloops, British Columbia. El sistema de internados era una red de internados obligatorios para niños indígenas financiados por el gobierno canadiense y administrados por iglesias cristianas. Desde la década de 1880 hasta mediados de los años 90, trató de "civilizar" a los niños indígenas separándolos a la fuerza de sus padres y de su lengua, costumbres y patrimonio cultural. Se calcula que unos 150,000 niños pasaron por el sistema de internados, la mayoría de ellos traumatizados y maltratados. Muchos murieron o "desaparecieron". La mayoría de los sobrevivientes sufren de estrés postraumático, alcoholismo, enfermedades mentales, tendencias suicidas y abuso de sustancias. No es de extrañar que ocurran traumas intergeneracionales, y que estos males sociales continúen afectando a las comunidades indígenas incluso hoy en día. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá calificó el impacto de los internados como "genocidio cultural".

Se han dicho y aún se pueden decir muchas cosas en relación a esta tragedia. Por ahora, permítanme decir esto: Dudo que la intención original de las iglesias fuera perjudicar a los niños indígenas. De hecho, probablemente pretendían "salvarlos" espiritualmente. No obstante, el efecto fue perjudicial, y era necesario que pidieran disculpas y repararan los daños. Esta necesidad de arrepentimiento y reparación también es aplicable para todos nosotros en otras situaciones. Aunque no hayamos tenido la intención de herir a alguien, si nuestras acciones o palabras han causado daño, la reacción adecuada y decente no es ponerse a la defensiva o negarlo, sino pedir disculpas e intentar reparar el daño causado.

Me pregunto hasta qué punto nuestros desacuerdos en torno al racismo radican en esta distinción entre intención e impacto. Algunos cristianos definen el racismo principalmente como un acto intencionado, mientras que otros lo definen más en cuanto a la forma en que afecta a los diferentes pueblos, especialmente a la gente de color. ¿Qué es más importante, la intención o el impacto? La verdad depende del contexto. Pero las buenas intenciones por sí solas no pueden absolvernos del daño que hemos causado.

En mi último artículo, hablé sobre el orgullo espiritual e intelectual de nuestra denominación. Creo que la mayoría de los cristianos no pretenden ser espiritualmente orgullosos. Probablemente pretendemos honrar la verdad de Dios enfatizando la teología correcta. Queremos ser eficaces para el reino de Dios a través del orden y la organización, estructurando las cosas correspondientemente. Dudo que busquemos estar malsanamente orgullosos de nuestra teología o de nuestros sistemas hasta el punto de depender demasiado de estos buenos dones. Pero el impacto de nuestras acciones y decisiones habituales a lo largo de décadas nos sesga hacia el orgullo.

Un dicho popular afirma que "el camino al infierno está lleno de buenas intenciones". Del mismo modo, la Biblia dice: "Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte." (Prov. 14:12). Podemos tener buenas intenciones, buscando hacer lo correcto, pero aún así podríamos estar causando daño a otros y a nosotros mismos. El Catecismo de Heidelberg reconoce que "incluso nuestras mejores obras en esta vida son imperfectas y están manchadas de pecado" (P&R 62). Todas estas observaciones deberían hacernos reflexionar.

Tenemos que arrepentirnos de los pecados y males no intencionados. El arrepentimiento no es simplemente sentir pena o decir lo siento. El arrepentimiento requiere un compromiso y una acción para apartarse del pecado hacia la justicia. Si realmente buscamos un avivamiento espiritual, arrepintiéndonos de nuestro orgullo espiritual, no podemos simplemente continuar con "lo de siempre" en nuestra iglesia y en nuestras vidas espirituales.

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