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Nosotros, siendo también pecadores, no tenemos derecho a decirles a otros pecadores que dejen de pecar sin demostrarles primero un amor y una compasión genuinos.

"Vete y no peques más". Las palabras con las que Jesús despide a la mujer sorprendida en adulterio en Juan 8:11 se citan a menudo. Cada vez que surge el tema de la homosexualidad, la página de Facebook de The Banner se llena de comentarios de lectores que debaten entre sí. Los argumentos tienden a caer en patrones muy trillados. Uno de los bandos argumenta por compasión y justicia para los cristianos que son LGBTQ+, pero puede aparentar no querer hablar sobre el pecado. El otro bando suele contraatacar usando las palabras de Jesús— "no peques más"—para demostrar que el amor cristiano no puede tolerar el pecado. Me parece que las Escrituras sostiene en tensión a ambos puntos.

La posición oficial de nuestra denominación es que la orientación homosexual en sí misma no es pecaminosa, pero sí lo son las "prácticas homosexuales explícitas". Por lo tanto, los cristianos que se identifican como LGBTQ+ son bienvenidos, incluso a ocupar cargos en la iglesia. Sin embargo, la participación en prácticas homosexuales, como con cualquier pecado, no está permitida. Este editorial se refiere a la postura pastoral, no a la posición teológica.

Me inquieta que muchos citen el "no peques más" de Jesús como la primera y última palabra sobre el asunto. En la historia a la que se hace referencia, antes de pedirle a la mujer que dejara de pecar, Jesús le dijo primero: "Tampoco yo te condeno". No podemos escoger por conveniencia una mitad de ese versículo e ignorar la otra mitad. Necesitamos que coexistan la postura de no condenar y la de animar a no pecar más.

Además, las acciones de Jesús hablaron aún más fuerte. Jesús primero salvó la vida de la mujer. Los fariseos querían sostener el mandato de las Escrituras de disciplinar el pecado: la adúltera debía ser apedreada hasta la muerte. Habría sido fácil que Jesús protegiera su reputación espiritual y simplemente obedeciera las Escrituras y apedreara a una mujer extraña. En cambio, Jesús eligió el camino más difícil. Arriesgándose a provocar la ira de la muchedumbre, optó por señalar su hipocresía: "Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra." (Juan 8:7). Luego, cuando todos los dejaron en paz, Jesús siguió optando por no condenarla. Ahora bien, en ninguna parte dice que ella era inocente. Era culpable de adulterio, pero aun así Jesús decidió no condenarla y le mostró su gracia. El hecho de que Jesús no la condenara no era un simple gesto vacío. Demostró su compasión y su gracia al salvarle la vida. En este contexto de amor genuino, la mujer recibió las palabras de Jesús de "no peques más" como palabras de gracia hacia ella.

Cuando las primeras palabras usadas contra pecadores son "no peques más", se convierten en palabras de juicio y condena, no de gracia. Nosotros, siendo también pecadores, no tenemos derecho a decirles a otros pecadores que dejen de pecar sin demostrarles primero un amor y una compasión genuinos. Hacerlo sería imitar la hipocresía espiritual de los fariseos. La conversación sobre el arrepentimiento del pecado sólo se transformará en palabras de gracia, y no de condenación santurrona, dentro de un contexto de misericordia y amor genuinos, demostrados mediante actos de bondad. No abordar el tema del pecado en lo absoluto, como parece ser la tendencia del segundo bando, también distorsiona el discipulado cristiano.

Admito que me cuesta el debate sobre la homosexualidad, sobre todo por su carácter polarizador. Pero, dejando de lado las posiciones teológicas, sí sé cómo deberíamos acompañar pastoralmente a las personas en su camino de fe. No es fácil, pero es necesario.

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