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La ambición puede hacernos perder de vista el "ahora" y pasar por alto las bendiciones que Dios nos da cada día.

Mi primera participación con el liderazgo denominacional de la Iglesia Cristiana Reformada fue en 1986 como miembro del Comité Sinodal de Relaciones Raciales. En ese entonces, existía una gran esperanza de que pronto—muy pronto—todos disfrutaríamos del fruto prometido por Jesús en su mandato a la iglesia de amar a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En aquel tiempo, existía la impresión de que todos los cristianos de la ICRNA estábamos firmemente en camino hacia esta visión. Pero casi 40 años después, sabemos que aún no hemos llegado a nuestro destino—ni como iglesia ni mucho menos como sociedad.

Como seres humanos, tenemos la tendencia a mirar hacia el futuro. Siempre nos esforzamos por alcanzar la siguiente meta: tener la edad suficiente para conducir, encontrar a esa persona especial con la que casarnos, ser padres o abuelos, conseguir el siguiente ascenso en nuestra carrera. En muchos sentidos, esto es bueno. Nuestra visión del futuro nos impulsa a establecer objetivos y a trabajar por conseguirlos. Pero la ambición también puede hacernos perder de vista el "ahora" y pasar por alto las bendiciones que Dios nos da cada día.

También observo lo mismo en nuestros ministerios. A través de los años, Sínodo ha requerido que nuestras congregaciones trabajen conjuntamente en diversas áreas, entre ellas la respuesta a catástrofes, misión global, concientización sobre la discapacidad, prevención del abuso, formación de fe, relaciones raciales, justicia o el culto. Hemos puesto en marcha ministerios y contratado personal para abordar estos mandatos colectivos, y ese personal está apasionado y dedicado a aquello a lo que ha sido llamado.

Desde mi punto de vista, observo como el personal entrega su tiempo, talento, esfuerzo y lágrimas a su trabajo. Muchas de las historias de éxito de dichos esfuerzos se comparten en estas páginas de The Banner cada mes. Sin embargo, por cada éxito, seguimos extremadamente conscientes de las áreas en las que el trabajo aún no se ha realizado.

Vemos la gran necesidad que sigue existiendo en nuestro mundo, y nos sentimos frustrados al ver que nuestros esfuerzos aún no alcanzan satisfacerlas. Siguen habiendo comunidades que pasan hambre, personas que no han escuchado el evangelio, congregaciones que siguen siendo inaccesibles para los discapacitados, sistemas que perpetúan el racismo y lugares que no previenen adecuadamente el abuso.

Nos exhorto a no cansarnos. En lugar de limitarnos a mirar hacia el futuro y todo lo que queda por hacer, prestemos también atención a las bendiciones que están ocurriendo ahora mismo.

Cuando consideramos el hecho de que aún no estamos donde Dios quiere que estemos, no olvidemos hacer una pausa para reconocer algunas señales alentadoras sobre donde nos encontramos actualmente.

Aún no hemos llegado a nuestro destino, pero seguimos viendo cómo se plantan nuevas iglesias, a nuevos líderes comprometidos y como se integran muchas nuevas culturas y pueblos a la denominación, y todos ellos están siendo transformados mutuamente conforme a la semejanza de Cristo.

Mientras nos esforzamos por vivir el tipo de vida descrito en 1 Pedro 4:8-11, utilizando los dones que hemos recibido como fieles administradores de la gracia de Dios, observemos la evidencia diaria que nos rodea y tomemos nota de todas las maneras en que Dios ya está bendiciendo nuestros esfuerzos. Y demos gracias por la fidelidad de Dios mientras oramos por el trabajo que aún tenemos por delante.

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