Skip to main content
La hospitalidad transformadora es la luz que brilla desde la sonrisa de Dios.

¿Ha experimentado alguna vez una hospitalidad transformadora? Al principio de nuestro ministerio, mi esposa y yo servimos como instructores de seminario en Donga, Nigeria. Me invitaron a predicar en la congregación de uno de mis alumnos, ubicada en una zona muy rural. Como de costumbre, nos sentaron en la primera fila de la iglesia y nos dieron botellas de agua, Coca-Cola y Maltina (una cerveza sin alcohol que es un gusto adquirido). A la vista de toda la congregación, adoramos, predicamos y empapamos de sudor nuestra mejor ropa de domingo, agradecidos por los líquidos que nos habían dado.

Pero no estábamos preparados para lo que vino después. Tras el servicio y los saludos, nos llevaron a casa de un diácono, donde nos sentaron solos a una mesa abundantemente provista de arroz, boniatos machacados, salsa, pollo, cabra y un montón de alimentos que no reconocíamos. Todos—hombres, mujeres y niños—nos miraban con una sonrisa de oreja a oreja. Oramos, llenamos nuestros platos y nos sentimos claramente incómodos. ¿Por qué no comían los demás? Tras hacer algunas preguntas incómodas, descubrimos que aquella familia, incluidos algunos niños que parecían hambrientos, solo quería vernos disfrutar de su mejor cocina. Solo comerían si sobraba comida.

Aquel día, mi concepto de la hospitalidad se vio transformado por una familia que daba prioridad a alimentar a extraños antes que a sí misma. El autor de Hebreos escribe: «Sigan amándose unos a otros fraternalmente. No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles». (Heb. 13:1-2). Probablemente se refería a los tres forasteros que visitaron a Abraham y Sara y les anunciaron que Sara iba a quedar embarazada pese a su avanzada edad (Génesis 18:1-15). Abraham mostró la misma hospitalidad que mis anfitriones nigerianos cuando insistió en que los tres visitantes se quedaran con él para comer, beber y descansar (18:3).

Podemos decir que actualmente la hospitalidad desempeña un papel algo menor en nuestra vida personal y congregacional. Los letreros en las puertas de nuestras casas ahuyentan a los solicitantes y nuestros patios están llenos de carteles de «prohibido el paso». Hay poco tiempo para encuentros fortuitos en vidas llenas de deportes, reuniones y trabajo. Incluso los domingos pasamos rápidamente de una actividad a otra, lo que nos deja poco tiempo para el tipo de hospitalidad que alaba Hebreos 13 (o Romanos 12:13, o 1 Pedro 4:9). En nuestra encuesta denominacional anual, sólo el 64% de los encuestados afirmaron que era seguro o casi seguro que conocían a sus vecinos. Además, sólo el 27% dijo que conocía a la gente del vecindario de su iglesia. Está claro que hay margen para crecer.

La hospitalidad de Dios es tan transformadora que Jesucristo, su propio Hijo, dio su vida para que pudiéramos convertirnos en miembros de su familia. 1 Pedro 2 nos dice que «somos un pueblo elegido, un sacerdocio real, una nación santa» y que, antes, «no éramos pueblo, pero ahora... somos el pueblo de Dios» (1 Pedro 2:9-10). Antes éramos «extranjeros y forasteros», pero Cristo nos ha hecho «conciudadanos del pueblo elegido y miembros de la familia de Dios» (Ef. 2:19). La hospitalidad ocupa un lugar central en el corazón de Dios y nosotros somos los beneficiarios de su radiante sonrisa.

Mientras escribo estas palabras en mayo de 2025, soy consciente de que, en pocas semanas, líderes de todas partes de la Iglesia Cristiana Reformada se reunirán en la Universidad Redentora de Ancaster, Ontario, para el sínodo. En los últimos años, la hospitalidad ha sido un tema complicado para la ICR, especialmente en lo referente a nuestro debate sobre la sexualidad humana. Quizá haya quienes piensen que la hospitalidad implica aceptar relaciones sexuales que no se ajustan a una comprensión bíblica histórica de la sexualidad. Quizá haya quienes asuman, de forma consciente o inconsciente, que cualquier comportamiento hacia quienes no piensan como ellos está justificado con tal de ser fieles a lo que consideran la doctrina correcta.

La hospitalidad transformadora es diferente. Ser hospitalario no significa que tengamos que estar de acuerdo con las personas que encontramos en el trabajo y en nuestros barrios. Si así fuera, ninguno de nosotros podría haberse convertido en el pueblo de Dios. Tampoco significa que los fines justos se alcancen por medios incongruentes con el amor cristiano lleno de gracia. Si así fuera, ninguno de nosotros querría ser el pueblo de Dios.

La hospitalidad transformadora es algo muy diferente. La hospitalidad transformadora es la luz que brilla desde la sonrisa de Dios, acogiéndonos en su mesa de abundancia, invitándonos a disfrutar de una gracia que no podemos ganar y cuyo precio no podemos imaginar.

We Are Counting on You

The Banner is more than a magazine; it’s a ministry that impacts lives and connects us all. Your gift helps provide this important denominational gathering space for every person and family in the CRC.

Give Now

X