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Muchos líderes de la ICR canadiense están lamentando la destitución de Darren Roorda como director de ministerios canadienses (ver p.16). Roorda fue muy querido por muchos. Oro por la providencia y la bendición de Dios para él y su familia al afrontar el futuro.

Desafortunadamente, ya hemos pasado por esto antes. Una carta de lamento de parte de nueve líderes ministeriales canadienses, entre los que se encuentran dos ex directores de ministerios canadienses, señala que tres otras personas que ocupaban ese puesto se marcharon "profundamente frustradas por las estructuras administrativas de la ICRNA". La carta solicita que un tercero externo investigue "este patrón disfuncional de frustración". Como canadiense, puedo hacerme una idea de las preocupaciones entre los canadienses de la ICR.

Tengo dos líneas de pensamiento que inundan mi cabeza cuando se trata de la binacionalidad de la ICRNA. La primera se refiere a los temores persistentes y subyacentes. En cuanto a la segunda, me pregunto sobre la dinámica de las diferencias culturales entre Canadá y Estados Unidos y cómo se relaciona esto con hacer misión en los contextos de cada país.

No es que no hayamos estudiado esto antes. El informe del Equipo de Trabajo de Análisis de la Estructura y las Culturas (TFRSC siglas en inglés) presentado al Sínodo de 2013 (también informó en 2012 y 2014) profundizó en cuestiones de binacionalidad, entre otras cosas. Señaló dos temores que a menudo se plantean con la binacionalidad. El primero es el miedo a la separación o división hacia dos denominaciones. Este miedo a menudo "sofoca el espacio para la diferenciación legítima".

El segundo temor es el de que una nación domine a la otra, es decir, que la parte estadounidense de la ICR, con su gran número de iglesias y miembros, domine a la parte canadiense, tomando todas las decisiones del ministerio. Los canadienses temen que la mentalidad inconsciente por defecto sea la de la ICRNA como una denominación estadounidense con una filial canadiense, en lugar de una asociación de dos iguales.

A pesar de que aquel informe de 2013 los nombró, me pregunto hasta qué punto se han reconocido abiertamente estos temores y se han afrontado de forma transparente por los líderes de la ICR. Me pregunto hasta qué punto intentaban disipar inconscientemente estos temores nuestros varios intentos de reestructuración.

El temor al dominio de Estados Unidos me lleva a mi segunda línea de pensamiento: la diferencia cultural y contextual entre Canadá y Estados Unidos. En general, los canadienses son mucho más propensos a enfatizar y mantener esas diferencias que los estadounidenses.

Parte de la narrativa de la identidad canadiense es que mientras los ideales de Estados Unidos, provenientes de su declaración de independencia, son "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad", los padres de la confederación de Canadá preferían "la paz, el orden y el buen gobierno". ¿Es esa una diferencia fundamental en el ADN cultural de ambos países?

El informe TFRSC de 2013 señaló algunas diferencias más prácticas. Por ejemplo, mientras que la inmigración a Estados Unidos estaba dominada por hispanos y latinos de clase trabajadora con trasfondo cristiano, la inmigración a Canadá estaba dominada por asiáticos y africanos de clase media con trasfondo no cristiano. Llevar a cabo la misión de Dios en estos dos contextos diferentes no debería ser una postura única.

En última instancia, el objetivo es llevar a cabo la misión de Dios de forma fiel y contextualizada. Y, lógicamente, los canadienses deberían tener la libertad de autodeterminar las mejores formas de contextualizar el ministerio en Canadá, y viceversa para los estadounidenses. Esta necesidad de autodeterminación nos remite a esos temores. Para algunos, la autodeterminación suena demasiado a separación o división. Para otros, la falta de autodeterminación implica el dominio de EE.UU. sobre Canadá, en lugar de una asociación igualitaria.

No creo que se trate de una de dos polaridades. Necesitamos ir más allá de este pensamiento estrecho. Como mínimo, sería prudente volver a examinar, con un compromiso profundo, ese informe TFRSC de 2013 sobre la binacionalidad. Si no luchamos contra estos temores y diferencias, es probable que repitamos este ciclo de frustración.

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