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Durante el transcurso del verano pasado, dos institutos cristianos reformados, Calvin y Dordt, se convirtieron en universidades. Durante las ceremonias oficiales de cambio de nombre, los líderes de estas instituciones explicaron los propósitos de los renombramientos. Las razones fueron similares a aquellas expresadas por The King's University en Edmonton, Alberta, que realizó el cambio hace cinco años. Creo que hay un mensaje para todos nosotros en estos cambios.

El término "universidad" suele significar una institución que ofrece una amplia gama de posibilidades de aprendizaje: desde la contabilidad al arte, de economía a ingeniería, de neurociencias a enfermería. Verdaderamente, el mundo de oportunidades de aprendizaje que debemos ofrecer a nuestros jóvenes debe ser tan amplio y tan vasto como lo explicó Abraham Kuyper cuando dijo: "No hay siquiera una pulgada cuadrada en todo el dominio de nuestra existencia humana sobre la cual Cristo, quien es Soberano sobre todo, no clame: '¡Mío!'"

De hecho, la soberanía de Dios sobre todas las cosas ha sido durante mucho tiempo la base del compromiso del Cristianismo Reformado con la educación cristiana en todos los niveles de educación. Además, este compromiso no sólo debe ser asumido por los padres, sino también por las congregaciones y la comunidad cristiana.

Mi esposa y yo recordamos cuando nuestro hijo, Paul, era pequeño y lo inscribimos en el Centro de Aprendizaje Cristiano, lugar necesario dadas sus necesidades de aprendizaje relacionadas al Síndrome de Down. Durante ese tiempo, el Centro de Aprendizaje Cristiano cobraba el triple de la colegiatura de los niños en las escuelas cristianas locales (algo que cambió unos años más tarde).

Si bien el cargo era justificable dados los costos adicionales necesarios para la educación especial, nos afectó sustancialmente porque nuestro hijo mayor también estaba en la escuela. Por dos niños, estábamos pagando el equivalente a la colegiatura de cuatro alumnos de la escuela cristiana.

Una noche vinieron nuestro pastor y un anciano a nuestra casa y nos recordaron los votos bautismales que nuestra congregación había hecho. Nos informaron que la iglesia no nos permitiría pagar el cargo adicional. En cambio, nuestra iglesia pagaría la cantidad adicional. 

Sospecho que hay docenas de historias similares cada año en donde iglesias se comprometen a ayudar a las familias con los costos de la educación cristiana. ¿Por qué? Porque nuestra teología, como se expresa en la declaración de "cada pulgada cuadrada", conduce directamente a una lógica que apoya la educación cristiana en todos los niveles para estudiantes de cualquier  nivel de habilidad. Reconocemos que la fe se forma durante estos años críticos, y que se requiere un aprendizaje amplio y también enfocado durante el tiempo en que los jóvenes se preparan para sus vidas y sus llamados.

Recuerde, también, que aunque la soberanía de Dios nos lleva a enfatizar una educación cristiana, se necesita más que escuelas para ayudar a cada niño a crecer y desarrollar una fe madura. A medida que los niños entran a la adolescencia y luego a la edad adulta, se requiere que todos nosotros los ayudemos a fomentar una comprensión profunda de lo que Dios les está llamando a hacer a cada uno de ellos. Las actividades de formación de fe deben emanar de nuestras iglesias y hogares, no sólo de nuestras escuelas.

Algunas iglesias asignan un mentor a cada niño o adolescente que da pasos hacia la profesión de fe. Conozco a muchos abuelos que oran diariamente por cada uno de sus nietos. Viajes misioneros, años sabáticos, retiros  juveniles, catequesis y mucho más son parte del tejido de la transmisión de la fe de generación en generación.

Como nos recuerda el Salmo 78, “hablaremos a la generación venidera del poder del Señor… para que los conocieran las generaciones venideras. … Así ellos pondrían su confianza en Dios.”

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